En esta entrevista, Cristian Alcayaga nos comparte una mirada profunda y consciente sobre el liderazgo actual. Hablamos sobre la importancia de la confianza, la empatía y la capacidad de adaptación en contextos diversos y desafiantes. Con una visión que combina humanismo, idealismo y gestión colaborativa, Cristian reflexiona sobre su propio camino como líder y entrega valiosas lecciones para quienes comienzan a liderar, destacando el poder de creer en las personas y de aprender continuamente en el proceso.
1. ¿Qué significa para ti ser un buen líder hoy en día?
Ser un buen líder hoy significa encarnar la responsabilidad de cuidar el sentido en medio del ruido. No se trata de controlar, sino de guiar con conciencia; no de imponer, sino de convocar. En tiempos donde la técnica ha desplazado a la ética, liderar es volver a preguntarse por el “para qué” de lo que hacemos. El líder no es quien tiene todas las respuestas, sino quien cultiva las preguntas correctas y sostiene con otros la incertidumbre sin disfrazarla. Es quien humaniza el camino.
2. ¿Cuál ha sido el mayor desafío de liderazgo que has enfrentado y qué aprendiste de él?
Mi mayor desafío ha sido liderar cuando yo mismo estaba roto por dentro. El liderazgo se pone a prueba no cuando todo funciona, sino cuando uno debe acompañar sin tener resueltas sus propias heridas. Aprendí que ser líder no es ser invulnerable, sino saber nombrar la vulnerabilidad con honestidad. Aprendí que lo que más inspira no es la perfección, sino la autenticidad sostenida por el compromiso.
3. ¿Cómo inspiras a tu equipo en tiempos de incertidumbre o crisis?
Primero, les muestro que no estoy por encima de la incertidumbre, sino con ellos en ella. No les prometo certezas, pero sí presencia. Inspiro abriendo espacios de diálogo, reconociendo el miedo sin negarlo, y sosteniendo el horizonte de sentido. En crisis, el liderazgo no se mide por cuánto orden impone, sino por cuánta esperanza puede sembrar sin caer en el autoengaño. La inspiración nace cuando alguien se siente visto, comprendido y llamado a ser parte de algo mayor que sí mismo.
4. ¿Qué habilidades crees que serán clave para los líderes del futuro?
La capacidad de pensar éticamente en entornos tecnificados; la escucha profunda en un mundo de ruido; el coraje de decidir sin sacrificar la dignidad de las personas. También la habilidad de aprender a desaprender, de actuar sin certezas absolutas, y de sostener paradojas. El liderazgo del futuro será más filosófico que técnico, más emocionalmente inteligente que algorítmico. El líder del futuro deberá ser, sobre todo, un cultivador de humanidad.
5. ¿Cómo fomentas una cultura de confianza y colaboración dentro de tu equipo?
Con coherencia. No se puede pedir confianza si no se entrega primero. No se puede hablar de colaboración si no se reconoce el valor del otro como un igual. Fomento esa cultura reconociendo los logros, pero también los errores, sin castigo. Establezco espacios donde se pueda hablar sin miedo y donde el desacuerdo no sea visto como amenaza, sino como oportunidad de evolución. La confianza no se impone; se siembra, se cuida y se honra.
6. ¿Qué líder o filosofía ha influido más en tu estilo de liderazgo?
La ética de Aristóteles y la noción de autenticidad en Heidegger han sido pilares. De Aristóteles aprendí que el fin del actuar humano es la eudaimonía —la realización del potencial humano en comunidad— y que la virtud es hábito, no discurso. De Heidegger, que el hombre es un ser arrojado al mundo, y que liderar es ayudar a otros a habitar con sentido ese estar-en-el-mundo. También me ha marcado el liderazgo de mi madre, que sin cargos ni títulos, me enseñó a mirar, a cuidar, y a crear con el lenguaje.
7. ¿Qué consejo le darías a alguien que está empezando a liderar por primera vez?
Que no confunda liderar con mandar. Que no pretenda saber todo, sino que se disponga a escuchar más de lo que habla. Que nunca olvide que lidera personas, no recursos. Le diría: cultiva tu interior, porque solo quien se conoce puede guiar sin perderse. Y sobre todo: lidera con compasión, porque es la única fuerza que transforma sin destruir.